Llegó roto, exprimido al límite. Se sentó, lloró con el casco puesto, besó a su Yamaha, su nuevo ‘jugete’, pero no pudo decirse asímismo otra cosa de que es el mejor, el más grande. Antes con el ala dorada, ahora en la del diapasón, Valentino Rossi, está fuera de concurso como piloto. Con una victoria trabajada al límite, en un ejercicio de ambición suprema, el príncipe italiano demostró a las otroras todopoderosas Honda que lo van a tener crudo para bajarle de lo más alto del cajón. A Biaggi, la sombra negra permanente, lo condenó a ser segundo. Y a Sete Gibernau no le quedó mas remedio que el tercer puesto, escoltando el cara a cara apasionante, entre italianos y enemigos íntimos, de la cabeza.